miércoles, 12 de junio de 2013

Descoco y cambio de paradigma......José Aristóbulo Ramírez Barrero*

Ganador del I Concurso Litteratura de Relato

Foto: Gustave CourbetEl origen del mundo
Desde muy joven, antes de que los moralistas y los guardianes de las sanas costumbres tuvieran tiempo de domesticarme y advertirme que dejara quietas esas benditas manos si no quería terminar achicharrada en los infiernos cuando me muriera, por libidinosa, lujuriosa, obscena y pajuela, por puro instinto, de puro fisgona comencé a jugar con mi alcancía, a darle placer frotándola, restregándola, acaballándola, hurgándole a cinco dedos el este y el oeste, fregándole, hundiéndole y sanjuaneándole su cuerno purpurino, metiéndole perras chicas y grandes, morrocotas, doblones, duros y no tan duros, aves peregrinas y aves de rapiña. Incluso, aunque me cueste mucho reconocerlo, aves marrulleras y carroñeras de esas que corrompen con su aliento asqueroso todo lo que se comen, ni modo, no siempre se puede manducar bocado de cardenal, y ya metida en gastos, untada de pus hasta el testuz, a arrancarme la zarpa inmunda de raíz, con todo y su recuerdo calamitoso, y a curar el nido roto con aloe, ventura y ambrosía, y a buscar con más tino nuevas fuentes de fruición y regodeo, que la que busca, encuentra, y la que yerra buscando, yerra menos que la que se queda cruzada de brazos aguardando a que un cabrón de pájaro perezoso le pinte pajaritos en el aire, quitándole para siempre la posibilidad de experimentar las congojas divinas que sobrevienen al cabo de un orgasmo, cuando le extienda el contrato matrimonial.
         Así, exaltada y engreída, satisfecha y ebria de gozo, discurría y me elevaba y me envanecía y compadecía a todas las demás mujeres como si fuera yo la única en el mundo que tuviera a mano una varita mágica para frotarse con ella la alcancía y sanjuanearle a manta su cuerno purpurino. Yo, la orgásmica, yo, la suprema, yo, la única de mi género que sabe cómo es la movida chueca.
         Pero se llegó el día que a todos nos llega, el de recular y agachar el moño porque contemplamos a plena luz del día y a salvo de espejismos y alucinaciones que el pilar de nuestra confianza, aquel mojón sobre el cual nos acaballábamos y nos destorcíamos de la dicha y la felicidad, y que creíamos la quintaesencia del éxtasis erótico, no es tal portento. Si lo fuera y yo fuera la suprema, no habría puesto la cara que puse cuando me hablaron de regarse y empaparse y arrojar cataratas por el hueco de la alcancía, yo de esas aguas jamás mané, mis congojas divinas, mis frotamientos, escarceos y deleites, mis comilonas de aves peregrinas, de rapiña y de carroña, mis orgasmos, eran secos como polvo lunar, que es lo mismo que decir polvos marchitos, contritos y desangelados. Ah, chirrión. La reina de la varita mágica resultó ser más impávida que una vaca muerta. Yo, la frígida, yo, la insignificante, yo, la única en el mundo que no sabe cómo es eso de mojar el calzón a cuatro labios.
         Al principio del desencanto, para recuperar mi autoestima, me consolé pensando que era por demás natural que una hija del fuego como yo, el arquetipo de la ignición, la flama por antonomasia, riñera con el agua interior y, por lo mismo, por evaporarla en su origen, no la regara, ni se empapara, ni fuera capaz de arrojar cataratas por el hueco de la alcancía. En cambio, para compensar y salir ganando, disparara por esa oquedad y por todos los poros de la piel llamaradas rojas, relámpagos lacerantes y centellas fragorosas.
         Pero eso fue al principio. Luego, por boca autorizada, la misma que me enfrió la oreja y todo lo demás con aquello del diluvio vaginal, tuve a bien enterarme de que yo no era un caso perdido, que antes y por el contrario tenía las cartas, los astros y las coordenadas zodiacales a mi favor para mojar la lencería y la corsetería que me viniera en gana, todo era cuestión de cambiar el paradigma, de volver a barajar y renunciar a mis delirios pirómanos para explorar y permitir que me exploraran con beneficio de inventario el cocotero que poseía justo debajo de mi ombligo. 
         Sí, un cocotero pródigo y venturoso, hay que estar ciego para no ver su follaje tropical y hay que tener atrofiado el sentido del olfato para no percibir desde lejos esa esencia de coco que embriaga y enloquece.
         Y dale que dale Boca con el sortilegio de mi cocotero, poniéndolo dizque en perspectiva, agitándolo y cantándolo como si lo conociera de memoria, con gracia y cadencia tropical, plagiando de paso, con descoco, a Caetano Veloso y a Gal Costa. Y entre agite y agite, entre canto y canto, míreme de soslayo la cicatriz de la vacuna, el callo del dedo, los vértices de la entrepierna, la curva del seno siniestro y la cereza madura del pezón.
         Y yo, que nunca había estado expuesta a metáforas y miradas profanas, que iba a lo que iba, dos cucharadas de caldo y mano a la presa, porque así me instruyeron y así me dijeron que era el mundo: emociones fuertes, rocanrol y un atafago de comidas rápidas, «Si no queda satisfecha, señora, consuélese la pena con el juguete de la cajita feliz»..., yo, zarandeada y solfeada por Boca, incorporaba a mi repertorio sicalíptico nuevas piezas para reforzar mi arsenal: la imaginación, voluptuosa, misteriosa y calenturienta, el juego de ser y no ser, lo no evidente y lo invisible. Y, con lo invisible, el bendito cocotero de marras que agitaba su follaje salvajemente cuando Boca cantaba, y arrojaba a manta el agua de su coco cuando Boca miraba de soslayo, con ojos como centellas fragorosas, la cicatriz de mi vacuna y el callo del dedo de jugar cada noche con mi alcancía.
         Por supuesto que cuando Boca, por fin, puso su índice sobre mí, acariciándome uno de los huesos puntudos de la muñeca, rompí aguas e inundé el continente, quebrando de paso la industria cocotera de mi país.
         Fue tal la conmoción que experimenté, que cerré los ojos para ver mejor y fruncí las ñatas para no aspirar otro aroma que no fuera el aroma de mi coco… «Canta, oh Boca, mi gloria y mi coronación. Yo, la orgásmica, yo, la suprema, yo, la única que, gracias a tu boca, sabe sin duda alguna cómo es la movida chueca.»
         Cuando desperté de mi delirium tremens, del trastorno mental que me provocó mi afición por el coco loco, Boca ya no estaba. Es por demás, en las batallas del amor, cuando uno de los contendientes monopoliza las mieles del placer, la guerra está irremediablemente perdida para las partes.
         De nada hubiera valido llorar sobre la leche de coco derramada. En homenaje a Boca y para que supiera, donde estuviese, que su pupila había aprendido la lección, cambiado el paradigma y vuelto a barajar las cartas con miras a que su contraparte en la cabalgata tuviera también su dosis de triunfo y de regocijo, en lo sucesivo, en cada batalla, fui boca, metáfora, ojos, nariz, descoco, Caetano y Gal, de todo como en botica para pringar y llenar de humedad los polvos marchitos, contritos y desangelados, y curarles la impavidez a las vacas muertas a punta de metáforas, cánticos y cadencia tropical. 
         Eso sí, piense lo que piense mi maestra, a mí me atraen más el perfume del jazmín, el hueco de la oreja, ese lunar que tienes, cielito lindo, junto a tu boca, y la curva de ese culito gordo, cielito lindo, que a mí me toca.



José Aristóbulo Ramírez Barrero
* Nacido en Bogotá (Colombia), es economista de profesión y escritor de vocación. En 2010, cansado de ser empleado público, se lan a la tarea de escribir cuentos, relatos, microrrelatos y novelas para jóvenes. Después de un duro proceso de aprendizaje, este año, el tercero de su "quijotada" (como él la define), ha ganado seis premios internacionales, en La Coruña, Madrid, Barcelona, Tenerife, Mar del Plata y Sâo Paulo, concedidos por diversas universidades, museos y asociaciones de artistas, hecho que le reafirma en su decisión de no rendirse, y desde Litteratura le animamos a que no lo haga. Es el ganador del I Concurso Litteratura de Relato.

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