Finalista del II Concurso Litteratura de Poesía
en las yemas de mi lengua
las tripas de tu madre, Salvador.
Son sus heces claros pececillos
escurriéndose en la clara de mi boca.
Déjame inflar el globo granate,
no temas por la menstruación.
No me hagas sentir culpable, otra vez no,
no me ofrezcas tus tiernas manos infantiles
llenas de saltamontes.
La mujer gorda y fea de la esquina
está cociendo en su caldero ojos de buey,
se parece, sí, Salvador, se parece a tu madre.
Y dime, ¿qué culpa tiene la leche
que cada mañana se pega a los ojos
y besa las bocas sin miedo,
mordiendo las larvas celestes?
La lástima, recuérdalo Salvador,
es la excusa de los insectos
que devoran las heces moradas.
Ya sabes que también creció
en el vientre de tu madre
el hormiguero del silencio.
¿Recuerdas a aquellos elefantes
que se paseaban con muletas,
fingiendo estar tristes?
Entonces no me dieron lástima,
pero ahora que mastico tus ojos de niño,
recuerdo a la mujer que se amputó el pecho
por no darte de mamar.
¡Qué cruel, Salvador, qué cruel!
Pero no, por lo que más quieras,
no vuelvas a hablarme de la comedia
de aquellos hombres
que osaron orinar en fila horizontal,
rociando con su metralla al pobre Federico:
aquel risueño jilguero
que tantas mañanas te cantó al oído.
No, Salvador, no te equivocabas,
el mundo es un gran espejo giratorio
y es difícil reconocer un seno mutilado
llorando en unas manos infantiles.
Sólo nos puede salvar la farsa de los insectos
que buscan la leche en los ojos y las bocas;
los vientres y las salivas; e incluso, Salvador,
en las heces y la orina.
¿Muerte me dices, Salvador, muerte?
No, comedia, sólo comedia, recuérdalo,
acuérdate de Gala.
¿Puedes escuchar aún el ruido de su vagina
masticando a los indefensos saltamontes,
orinando la leche, aquella adorable consternación
que te devolvió a la vida?
Ahora bésame, estruja tus huevos
en el hormiguero de la infancia,
allí donde aún susurra el fusilado jilguero.
Yo te prometo que volverás a nacer,
y Gala será tu madre, y tú su hijo:
la dulce leche que descansa
sobre un lecho de saltamontes.
Las muletas me han dicho
que tirita el silencio del vientre,
esperando a que Salvador
dibuje los senos de los cisnes,
derramando su blanco vuelo
sobre las playas de Cadaqués.
* Nació en Barcelona en 1976. Estudió Integración social y actualmente trabaja como cuidador, ayudando a personas con trastorno mental severo. Poeta y escritor aficionado, se dedica a la literatura de manera más asidua desde hace un año y medio. Empezó publicando algunos microrrelatos en el blog La Esfera Cultural, y un poema en la revista Acantilados de papel. También es autor de una obra de teatro, Nubes esponjosas (Ñaque Editora, 2014). Su primer libro de poemas se titula El tiempo busca su rostro (Editorial Círculo Rojo, 2015). Lo puedes seguir en su blog: www.mequedalapalabrablog.wordpress.com, y habitualmente, también en el foro de poesía "alaire". Finalista del II Concurso Litteratura de Poesía.
las tripas de tu madre, Salvador.
Son sus heces claros pececillos
escurriéndose en la clara de mi boca.
Déjame inflar el globo granate,
no temas por la menstruación.
No me hagas sentir culpable, otra vez no,
no me ofrezcas tus tiernas manos infantiles
llenas de saltamontes.
La mujer gorda y fea de la esquina
está cociendo en su caldero ojos de buey,
se parece, sí, Salvador, se parece a tu madre.
Y dime, ¿qué culpa tiene la leche
que cada mañana se pega a los ojos
y besa las bocas sin miedo,
mordiendo las larvas celestes?
La lástima, recuérdalo Salvador,
es la excusa de los insectos
que devoran las heces moradas.
Ya sabes que también creció
en el vientre de tu madre
el hormiguero del silencio.
¿Recuerdas a aquellos elefantes
que se paseaban con muletas,
fingiendo estar tristes?
Entonces no me dieron lástima,
pero ahora que mastico tus ojos de niño,
recuerdo a la mujer que se amputó el pecho
por no darte de mamar.
¡Qué cruel, Salvador, qué cruel!
Pero no, por lo que más quieras,
no vuelvas a hablarme de la comedia
de aquellos hombres
que osaron orinar en fila horizontal,
rociando con su metralla al pobre Federico:
aquel risueño jilguero
que tantas mañanas te cantó al oído.
No, Salvador, no te equivocabas,
el mundo es un gran espejo giratorio
y es difícil reconocer un seno mutilado
llorando en unas manos infantiles.
Sólo nos puede salvar la farsa de los insectos
que buscan la leche en los ojos y las bocas;
los vientres y las salivas; e incluso, Salvador,
en las heces y la orina.
¿Muerte me dices, Salvador, muerte?
No, comedia, sólo comedia, recuérdalo,
acuérdate de Gala.
¿Puedes escuchar aún el ruido de su vagina
masticando a los indefensos saltamontes,
orinando la leche, aquella adorable consternación
que te devolvió a la vida?
Ahora bésame, estruja tus huevos
en el hormiguero de la infancia,
allí donde aún susurra el fusilado jilguero.
Yo te prometo que volverás a nacer,
y Gala será tu madre, y tú su hijo:
la dulce leche que descansa
sobre un lecho de saltamontes.
Las muletas me han dicho
que tirita el silencio del vientre,
esperando a que Salvador
dibuje los senos de los cisnes,
derramando su blanco vuelo
sobre las playas de Cadaqués.
Raúl Muñoz González |
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