Foto: JBS Mens Underwear |
—Creo que será mejor que
nos vayamos discretamente.
Yo estaba aturdido.
Respondí que sí, pero cuando giré la mirada hacia la salida me topé con los efectos
de mi entrada triunfal. La puerta estaba tirada por el suelo. ¡Hecha
puré!
—Ahora ya casi mejor nos quedamos. No me puedo ir dejando esto así —le dije, señalando el destrozo.
—Ahora ya casi mejor nos quedamos. No me puedo ir dejando esto así —le dije, señalando el destrozo.
Nos pusimos cómodos en el
sofá. A Marta le dio por mirarme y sonreír. Pronto empezó a carcajearse. Acabó
por contagiarme a mí. Cuando al final salieron de la habitación nuestros Adán
y Eva, eso sí, en versión expulsados del paraíso, es decir, totalmente
vestidos, acabamos riéndonos los cuatro. En realidad, la cosa tenía su gracia. Yo
fui el primero que consiguió calmarse y decir algo:
—Perdonad, pensaba que algo
terrible te había pasado. No… —se me acabaron las palabras. Por suerte, Marta me
ayudó:
—Sentimos lo de la puerta.
—Por supuesto, yo me encargo
de ponerte una nueva. ¿Mejor blindada?...
Las risas quitaron algo de
hierro a la de por sí bastante tensa situación que mi estupidez había provocado.
—Se ha de reconocer que tu
jefe se preocupa por ti —intervino “Adán”—. ¡Ah! Me llamo Luis. ¿Tú eres Toni,
no? ¿Y tú? —preguntó dirigiéndose a mi chica.
—Marta.
—La verdad es que pensaba
llamarte, pero estaba muy ocupada… —me dijo Laura. Todos nos quedamos callados, conteniendo la risa... Laura siguió hablando—: ¿Y si fuésemos a trabajar? Luis
tiene fiesta, pero...
—No te preocupes —la
interrumpí—. Tómate unos días libres. La verdad es que no has cogido una baja
desde que nos conocemos. Si te veo el pelo por la oficina antes del próximo
lunes, te despido. No hay más que hablar. Por cierto, ¿tienes unas Páginas Amarillas?
Me gustaría solucionar lo antes posible lo de tu puerta. —Estaban a la vista,
sobre la mesa del teléfono. Las cogí, busqué una dirección y llamé. Me dijeron
que esa misma mañana se pasarían y por la tarde estaría instalada. Me quedé
mucho más tranquilo.
Marta y yo nos fuimos. El
ascensor seguía estropeado. Mientras bajábamos las escaleras, me paré a pensar
un poco en Marta y en mí. En realidad éramos unos completos desconocidos, ella
se acababa de enterar de mi nombre. No sabíamos nada el uno del otro, pero sin
embargo… La cogí de la mano:
—¿Pasa algo si no vas a
trabajar?
—No creo que mi padre me
despida.
—¿Trabajas con tu padre? —No
me contestó. Sacó el móvil del bolsillo y marcó un número.
—¡Hola, soy yo! Hoy no
podré venir, me ha salido algo… Hasta mañana. Un beso.
—¿Era tu padre?
—No, mi secretaria. ¿Así que
Toni? —preguntó ella, cambiando de tema.
No le dije nada. Me limité a mirarla a los ojos. Nos quedamos observando un momento y finalmente comenté con toda la cara de pillo de que fui capaz:
No le dije nada. Me limité a mirarla a los ojos. Nos quedamos observando un momento y finalmente comenté con toda la cara de pillo de que fui capaz:
—Yo no tengo hambre.
Marta se rió y dijo:
—Yo sí. —Cuando ya había
conseguido cambiarme la cara, añadió—: Será mejor que vayamos andando. Pasear un
poquito seguro que me abre el apetito.
Seguimos caminando, sin
prisa. Empecé a pensar en lo que me había pasado en sólo un día. Todo
había ido muy rápido y habían sucedido muchas cosas. Mi vida estaba dando un
vuelco, o al menos eso creía yo. Todo era nuevo, pero nada me parecía extraño.
Las cosas simplemente fluían sin necesidad de hacer ningún esfuerzo.
—Vayamos a mi casa, está
aquí al lado —Desde luego, no me cuadraba que viviera por allí con la línea de
metro en que la conocí. En ese momento tenía otras prioridades, y la proximidad
de su casa me pareció una gran noticia.
Su piso quedaba,
efectivamente, muy cerca. Hacía mucho tiempo que no estaba tan nervioso. Por
suerte, ella se mantenía mucho más serena que yo. La verdad es que fue algo
fantástico, pero si esperabais pelos y señales, os vais a quedar con las ganas.
En esta vida aún hay cosas demasiado íntimas como para airearlas ante un puñado
de lectores morbosos. Después de hacer el amor, nos quedamos dormidos,
abrazados... Me desperté con Marta entre los brazos, acurrucadita. Su cuerpo
desprendía un olor maravilloso. Le di un beso en la mejilla. Se despertó, se
dio la vuelta y, sin abrir los ojos, me preguntó:
—¿Repetimos?
Me recordó un anuncio de
natillas. La asociación de ideas era obvia. De nuevo la comida se interponía en
nuestra vida sexual. El estómago me dio señales inequívocas. Necesitaba comer
algo.
—Lo siento, tengo hambre.
—¡Eres el romanticismo
personificado! —Me lanzó una mirada de desaprobación que rápidamente cambió por
un resignado "¡Vamos a la cocina, Triki!".
Se lo agradecí con un largo
beso. Una cosa nos llevó a otra, hasta el punto de acabar aplazando la comida para dar respuesta
a otras urgencias fisiológicas. Bien está lo que bien acaba. En este caso, todo terminó con un fantástico almuerzo. Mis tripas dejaron de rugir y en la cara se
me dibujaba una sonrisa.
—¿Sabes? —le dije.
—¿Qué?
—No hemos usado
nada... ¿No...?
—No. No tomo
anticonceptivos.
—Vaya… —Me quedé perplejo,
se me aceleró el pulso de forma brusca... ¿Y si estaba embarazada? En realidad, la idea de ser padre no me desagradaba en absoluto. La miré fijamente y, con
una gran sonrisa dibujada en la cara, le dije—: Aún no se aprecia en tus
ojos el resplandor prenatal.
—La cosa no va tan rápido.
Dales tiempo a tus soldaditos, se están organizando... ¿Vamos a la bañera? —No le pude decir que no. La verdad es que
empecé a plantearme seriamente las tesis del taoísmo. Cada vez me sentía más
incapaz de llevarle la contraria. Aquella mujer estaba consumiendo mi energía
vital. El fin no justifica los medios, pero en este caso los medios justificaban
el fin.
Miércoles
Cuando me desperté, ella ya no estaba. En su lado encontré una nota: “He comprado pastas. La cafetera está a punto, sólo
tienes que darle al botón. Estoy en el trabajo. No te he despertado, dormías
muy a gusto. Un beso, Marta”. Todo un detalle. No habíamos cenado nada y tenía
hambre. Me tomé el desayuno que
Marta había preparado, me duché y me fui a trabajar. Saludé a la recepcionista
con una sonrisa. Ella me respondió con un tímido hola y un leve rubor facial.
Me la quedé mirando unos instantes. Se puso completamente roja. Sonreí y subí a
la oficina. Mi sorpresa fue comprobar que mi secretaria estaba en su puesto.
—¡Qué haces aquí! —le espeté
de malos modos.
—Lo siento, no me podía
quedar en casa. Me hubiera sentido mal… culpable…
—Eres increíble…
Me pasé todo el día
trabajando. Ni siquiera hice una pausa para comer. A las seis de la tarde, el
hambre me derrotó y un incipiente dolor de cabeza me decidió a dejar el
trabajo. Decidí telefonear a Marta. Su voz sonaba cansada:
—¡Hola!
—¡Hola, guapísima!
—Ya creía que no me
llamarías.
—Pues ya ves, ¿estás
trabajando?
—Sí, pero ya acabo.
—¿Te gustaría hacer algo?
—Hoy voy a cenar con mis padres. ¿Quieres venir? —Su oferta me chocó un poco, pero la verdad es que
también me despertó la curiosidad.
—De acuerdo. Pero antes
podríamos… ¿Me paso por tu oficina en quince minutos?
—Hasta ahora. —Me dio un besus telefónicus en forma de despedida.
Yo se lo devolví.
Colgué, eso sí, no sin antes cerciorarme de que ella había hecho lo propio. Me invadió el pánico. ¡Dios mío! Iba a conocer a sus padres. Empecé a temer lo peor. Mi experiencia me decía que conocer a los suegros puede llegar a ser traumático. Superando el miedo, fui capaz de dejar el trabajo y coger un taxi hacia el Edificio Manchester. Llegué bastante rápido, le pedí al taxista que esperara. A los pocos minutos, Marta salía del edificio. Bajé del taxi y agité los brazos para llamar su atención. Me vio y vino a paso apresurado. Le abrí la puerta con una reverencia. Ella me siguió la broma y me dio diez euros de propina.
Colgué, eso sí, no sin antes cerciorarme de que ella había hecho lo propio. Me invadió el pánico. ¡Dios mío! Iba a conocer a sus padres. Empecé a temer lo peor. Mi experiencia me decía que conocer a los suegros puede llegar a ser traumático. Superando el miedo, fui capaz de dejar el trabajo y coger un taxi hacia el Edificio Manchester. Llegué bastante rápido, le pedí al taxista que esperara. A los pocos minutos, Marta salía del edificio. Bajé del taxi y agité los brazos para llamar su atención. Me vio y vino a paso apresurado. Le abrí la puerta con una reverencia. Ella me siguió la broma y me dio diez euros de propina.
—Sin duda, además de guapa
es usted generosa —le dije, guardándome el billete en el bolsillo. Diez euros
son diez euros.
—Tranquilo, ya me lo
cobraré...
El taxista conducía un poco
demasiado rápido. Tanto es así que acabamos por chocar con un todo terreno. El
impacto fue bastante duro. Tanto Marta como yo nos quedamos incrustados en los
respaldos de los asientos delanteros. Nosotros no nos hicimos gran cosa, pero el
conductor impactó con su cabeza en el parabrisas. A pesar de tener la cara cubierta de sangre, le quedaron fuerzas
para salir del coche a buscar al otro conductor. Parecía dispuesto a matarlo.
Decidí salir del coche con la intención de evitar un asesinato. Me abalancé sobre el taxista cuando acababa de romper el vidrio lateral tras el que se refugiaba el conductor del todo terreno. Hice un ademán para sujetarlo. Lo único que conseguí fue que aquel neandental se cebara conmigo. Empezó a golpearme sin parar. Yo intenté defenderme, pero estaba claro que su cabreo superaba con mucho mi altruismo. Me siguió atizando hasta que acerté a darle una patada que convirtió sus miembros en membrillo. Me dolió incluso a mí. Supongo que ningún individuo de género masculino puede evitar la empatía en este tipo de situaciones. Se ha de ser muy psicópata para mantenerse indiferente ante tamaño dolor. Lo más increíble fue que el muy animal aún tuvo arrestos de incorporarse y dejarme sin sentido con un gancho que me impactó en la sien.
Decidí salir del coche con la intención de evitar un asesinato. Me abalancé sobre el taxista cuando acababa de romper el vidrio lateral tras el que se refugiaba el conductor del todo terreno. Hice un ademán para sujetarlo. Lo único que conseguí fue que aquel neandental se cebara conmigo. Empezó a golpearme sin parar. Yo intenté defenderme, pero estaba claro que su cabreo superaba con mucho mi altruismo. Me siguió atizando hasta que acerté a darle una patada que convirtió sus miembros en membrillo. Me dolió incluso a mí. Supongo que ningún individuo de género masculino puede evitar la empatía en este tipo de situaciones. Se ha de ser muy psicópata para mantenerse indiferente ante tamaño dolor. Lo más increíble fue que el muy animal aún tuvo arrestos de incorporarse y dejarme sin sentido con un gancho que me impactó en la sien.
Jueves
Me desperté en una habitación de hospital. A mi lado
estaba Marta. Sentada en una silla junto a mi cama, con la cabeza
recostada sobre el lecho y completamente dormida. No recordaba nada del
accidente ni de la paliza que había recibido. La verdad es que la escena era
enternecedora. Acaricié suavemente su cabeza. Se despertó, me sonrió y preguntó:
—¿Cómo estás?
—¿Qué ha pasado?
—El taxista te he dejado
inconsciente de un puñetazo.
Me costaba de creer.
Apenas recordaba haber cogido un taxi.
Intentar moverme fue suficiente para percatarme de la verosimilitud de lo que
Marta me contaba. Me dolían todos los huesos.
—Te dio un buen golpe en la
cabeza. Por lo demás, no te preocupes, no tienes nada roto. Sólo son
magulladuras. Voy a avisar a los médicos.
Al momento volvió con un
médico y una enfermera. El médico me hizo un interrogatorio para asegurarse de
que mi memoria seguía intacta. Después me hicieron un scanner. Pretendían que
me quedara ingresado para hacerme más pruebas, pero decidí irme del hospital.
Firmé el alta voluntaria y nos marchamos. Ya en un taxi, dirigiéndonos hacia mi
casa, le pregunté a Marta por sus padres.
—¿Aún quieres conocerlos? —me preguntó.
—Seguro que no pueden ser
peores que el tipo que me hizo esto.
De pronto, me acordé del
trabajo.
—Dios mío, he de llamar a la
agencia.
—Tranquilo, ya los he
avisado.
No tardamos mucho en llegar
a mi casa. Marta insistió en que le enseñara el piso. Incluso me pidió que le mostrara el cajón de la ropa interior. Hago colección de calzoncillos curiosos.
Le gustaron especialmente los más horteras, uno que tenía un caganer dibujado en la parte posterior y un pixaner en la anterior, ambos con
mi cara. De repente me di cuenta.
—¿No trabajas hoy?
—No te preocupes, ya te
dije que mi padre es el propietario.
Una lucecita se encendió en
mi cabeza
—¿El propietario? ¿Tu padre es el dueño... de Seguros Manchester?
—Sí… entre otras cosas. —Se sonrojó
levemente.
—Vaya…
—No te molesta, ¿no?
—No, pero… es que… yo creía
que eras… mucho más pobre…
—Tranquilo, sólo es dinero.
—Ya lo sé, pero necesitaré un
poco de tiempo para asimilarlo.
—¿Te importa que me pruebe
tus calzoncillos? Me da mucho morbo.
Si lo que pretendía era
desviar mi atención hacia otro tema para hacerme olvidar lo asquerosamente rica
que era, lo consiguió. Sin esperar mi respuesta, empezó a probarse todos mis
calzoncillos uno por uno. La verdad es que a ella le quedaban mucho mejor que a
mí.
—¿Aún estás dispuesto a
conocer a mis padres?
—Para ser sincero, ahora
mismo pienso más en hacerlos abuelos que en conocerlos.
Aquella misma noche fuimos
a cenar a casa de sus padres.
Fuimos en mi coche, pero conduciendo Marta. La verdad es que yo no estaba para muchos trotes. La casa no era tan espectacular como yo me había imaginado pero, eso sí, estaba rodeada por un terreno de tamaño nada despreciable, con piscina, pista de tenis, un bonito jardín y un frondoso bosque rodeándolo todo. Dejamos el coche ante la puerta y llamamos al timbre. Nos abrió un hombre de mediana edad que supuse sería su padre. Marta y él se abrazaron efusivamente, al momento apareció su madre. Marta corrió a abrazarla. Mientras, su padre me tendió la mano y con una sonrisa me dijo:
Fuimos en mi coche, pero conduciendo Marta. La verdad es que yo no estaba para muchos trotes. La casa no era tan espectacular como yo me había imaginado pero, eso sí, estaba rodeada por un terreno de tamaño nada despreciable, con piscina, pista de tenis, un bonito jardín y un frondoso bosque rodeándolo todo. Dejamos el coche ante la puerta y llamamos al timbre. Nos abrió un hombre de mediana edad que supuse sería su padre. Marta y él se abrazaron efusivamente, al momento apareció su madre. Marta corrió a abrazarla. Mientras, su padre me tendió la mano y con una sonrisa me dijo:
—Tú debes ser Toni. ¿Cómo
estás?... Marta ya nos contó lo que te pasó. Es increíble.
—Estoy bien, gracias. No ha
sido más que un susto.
La madre de Marta me dio un par de besos y un abrazo.
—Venga, pasad, seguro que
tenéis hambre. Vamos al comedor.
La verdad es que los padres
de Marta parecían muy simpáticos. Me preguntaron por mi trabajo, me explicaron
anécdotas de Marta cuando era pequeña... La cena estaba siendo de lo más agradable. Al final, su padre lo soltó:
—¿Sabes que eres el primer
novio de Marta que conocemos? —En ese momento empecé a alucinar.
—¿De verdad? —pregunté.
—Sí —prosiguió su madre—, hasta ahora no nos ha presentado a ningún chico.
—¡Mamá! —protestó Marta—. ¡Por
favor!
—Empezábamos a pensar que
se quedaría soltera. —Aquí ya no sólo flipaba, no sabía donde meterme.
—Bueno…
—¡Mamá, por favor! —Marta imploraba piedad.
—A ver, Toni, ¿tú qué
intenciones tienes con nuestra hija? —prosiguió su madre, sin inmutarse por las
protestas de Marta.
—Me gustaría que fuera la
madre de mis hijos —lo dije sin pensar, aunque la verdad es que me quedé más
ancho que largo. La cara de Marta era un poema, pero…
El padre se levantó y alzó
su copa para proponer un brindis:
—La pregunta de mi mujer se
las traía, pero tu respuesta… ¡Brindo por vuestros hijos!
—¿Hablas en serio? —me
inquirió su madre.
—Sí —Cogí la mano de
Marta—. Hablo muy en serio.
La situación era de lo más
surrealista. Nos acabábamos de conocer y ya bebíamos a la salud de sus nietos, los hijos de Marta y míos. Sus padres se abalanzaron sobre mí, me abrazaron
y me besaron… Marta interrumpió la escena:
—¿Pero se puede saber qué
pasa aquí? ¿Estáis todos locos? Yo aún no he dicho nada.
—¿Qué problema tienes, hija
mía? —preguntó su madre.
—¿Que qué problema tengo?
Pues… —se quedó sin saber qué decir.
—¿Quieres casarte
conmigo? —le pregunté.
—No —contestó
lacónicamente. Si hasta ese momento todo me había parecido surrealista, en aquel instante me quedé helado. Y no sólo yo, nos quedamos todos callados hasta que
Marta retomó sus palabras—: ¿Estáis todos locos o qué?
Nos acabamos de conocer. Ni siquiera conozco a la familia de Toni.
—Es un poco tarde para
eso —repliqué.
—¿Qué quieres
decir? —preguntó su madre.
—Exactamente lo que parece.
Están muertos
—¿Lo ves? —dijo Marta—. Ni
siquiera sabía que tus padres habían muerto.
Me quedé muy planchado.
Sabía que lo que estaba pasando era una
locura, pero pensaba que se trataba de una locura compartida. Creía que ella
quería tener un hijo conmigo, que estaba tan loca por mí como yo por ella. Ni
siquiera usaba anticonceptivos…No sabía qué decir. Al final, Marta se levantó
y salió del comedor. Su madre me hizo un ademán con la cabeza, como indicándome
que la siguiera, y eso hice. La perseguí hasta alcanzarla justo cuando cruzaba el
umbral de la casa.
—Espera —le dije—. Por favor,
espera.
—Perdona, pero esto es
demasiado.
—¿Cómo crees que me siento
yo? Estoy tan alucinado como tú. Sé perfectamente que todo está yendo demasiado
rápido, pero…
—¿Pero qué?
—No lo sé. Simplemente, estoy seguro de que no me estoy equivocando. No sé cómo decirlo, sé que no
tiene sentido, pero… —Me quedé con la boca abierta sin ser capaz de decir nada.
Se hizo un silencio de unos segundos que a mí me pareció eterno. Ella miraba hacia abajo, pero finalmente levantó la mirada y sostuvo la mía:
Se hizo un silencio de unos segundos que a mí me pareció eterno. Ella miraba hacia abajo, pero finalmente levantó la mirada y sostuvo la mía:
—La verdad es que yo estoy
de acuerdo contigo. Nunca hasta ahora había sentido lo que ahora siento por ti.
Pero... me da miedo… no puedo evitarlo.
—¿Crees que yo no tengo
miedo? Mira, si tú no quieres…
—No, yo quiero estar
contigo, levantarme cada mañana a tu lado, tener un hijo tuyo… —No le dejé
acabar la frase y la besé.
Cuando acabamos de besarnos, oímos la voz de su madre. Nos invitaba a volver a entrar asomada a la ventana del comedor. Marta y yo nos miramos, sonreímos y entramos abrazados a acabar de cenar. Después, sus padres insistieron en que nos quedáramos a dormir. La verdad es que habíamos bebido mucho vino durante la cena, así que no nos pudimos negar. Dormimos en la que había sido habitación de Marta. Su madre me dejó un pijama de su marido, Marta aún tenía ropa en la casa… Cuando nos metíamos en la cama, me dijo:
—Esta noche hemos de guardar soldaditos para mañana. Creo que mañana será el mejor día. —Se acurrucó a mi lado y me pidió que apagara la luz.
Cuando acabamos de besarnos, oímos la voz de su madre. Nos invitaba a volver a entrar asomada a la ventana del comedor. Marta y yo nos miramos, sonreímos y entramos abrazados a acabar de cenar. Después, sus padres insistieron en que nos quedáramos a dormir. La verdad es que habíamos bebido mucho vino durante la cena, así que no nos pudimos negar. Dormimos en la que había sido habitación de Marta. Su madre me dejó un pijama de su marido, Marta aún tenía ropa en la casa… Cuando nos metíamos en la cama, me dijo:
—Esta noche hemos de guardar soldaditos para mañana. Creo que mañana será el mejor día. —Se acurrucó a mi lado y me pidió que apagara la luz.
Continuará...
Qué intriga!muy bueno. Espero el final
ResponderEliminarMuchas gracias de parte de Albert, Mariano!!! El final, en unos días...
Eliminar